12 de mayo de 2016

El miedo (II). Aprender a gestionarlo

En una entrada anterior ya escribí sobre algunas de las circunstancias más típicas que nos pueden llevar a sentir miedo. La mayor parte de ellas son situaciones que seguramente se presenten varias veces a lo largo de nuestra vida y no por ello dejaremos de tener ese sentimiento cuando vuelvan a producirse. Si nos aterra volar pero finalmente nos decidimos a coger un avión no significa que hayamos perdido el miedo. El temor sigue ahí, pero estamos aprendiendo a manejarlo y a que no limite nuestra vida.

Es fundamental que tomemos conciencia de las cosas que nos asustan, para que cuando nos enfrentemos a ellas no nos dejemos llevar por el pánico y respondamos de una forma racional. Para afrontar nuestros miedos primero tenemos que conocerlos y aceptarlos.

El miedo mal gestionado puede llegar a paralizarnos y jugarnos malas pasadas, por eso es importante estar atentos y saber cómo reaccionar cuando comencemos a sentirlo. Si nos asusta hablar en público tenemos dos opciones: evitarlo en la medida de lo posible (no siempre podremos hacerlo) o ponernos manos a la obra para intentar manejarlo adecuadamente. Lo más efectivo para superar cualquier miedo (aunque como he dicho antes lo normal es que no consigamos hacerlo del todo) es ir enfrentándolo poco a poco. 

En el ejemplo de hablar en público, podemos empezar ensayando una presentación en voz alta varias veces y cuando hayamos cogido confianza pedirle a algún amigo o familiar que nos escuche y nos dé su opinión. La clave está en adquirir seguridad y en que cuanto más nos familiaricemos con las sensaciones que experimentamos en esas circunstancias (sudor de manos, temblor de voz, sequedad de boca,...) menos nos van a afectar y podremos poner además medios para evitarlas o al menos mitigarlas (beber agua, hacer las pausas necesarias, ensayar previamente, etc.). 

Conforme vayamos enfrentando situaciones que nos parecían imposibles cuando el miedo nos paralizaba, nos daremos cuenta de que podemos conseguirlo y eso nos dará la determinación necesaria para hacerlo más veces. No podemos controlar las emociones que nos sobrevienen, pero sí podemos decidir qué hacer con ellas. El miedo nos puede inmovilizar, pero también nos puede llevar a mejorar algo en nuestra vida. En muchas ocasiones, las situaciones que más nos asustan nos traen experiencias muy gratificantes: unas estupendas vacaciones después del temido viaje en avión o el aplauso del público al finalizar nuestra presentación pueden ser buenos ejemplos de ello.


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