Lo que hayamos vivido de niños, el comportamiento de nuestros padres y nuestros sentimientos en esa etapa de nuestra vida, van a marcar las relaciones interpersonales que forjemos de adultos, especialmente las relaciones de pareja.
Podemos haber crecido en un ambiente familiar sano que nos haya permitido vivir nuestra infancia como niños y forjar nuestra personalidad de forma adecuada. Pero en muchos casos crecemos en familias disfuncionales donde los niños toman el rol de adultos porque estos se encontraban ausentes (bien física o emocionalmente) y se produce un intercambio de papeles. Los padres responsabilizan a los hijos de forma excesiva y les exigen que se comporten como adultos, y los niños crecen con el sentimiento de ser culpables de todo lo que pasa a su alrededor y aprenden a hacer lo imposible para que los que le rodean estén felices, aunque ello suponga sacrificar su propia felicidad.
Este patrón queda grabado en su inconsciente y en la edad adulta tenderá a repetirse, para lo que buscarán parejas que de alguna forma reclamen las mismas exigencias que en su día mostraron sus progenitores. Parejas dependientes, necesitadas, narcisistas o abusadoras pueden ser algunos ejemplos. Las situaciones que se viven en una relación de este tipo reproducen de alguna forma lo que el niño vivió en su infancia y por familiaridad con ellas tenderá a permanecer y tratar de arreglarlas, en lugar de abandonar y buscar una relación sana.
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